viernes, 6 de enero de 2017

Un chico de 10 años con medias de fútbol celestes hasta las rodillas cruzando la calle en su skate haciendo una curva donde no la había. Un chino hacía estocadas con su perro amarrado por la correa, paseándolo por la acera sin mosaicos. Dos nenes de unos 3 años cada uno llenos de rulos queriendo subirse a la silla del aparato para hacer flexiones de piernas. Dos niños judíos con el quipá puesto, ella llevaba una pollera larga hasta los tobillos y una campera canguro rosa y él otra negra subidos a los círculos que twistean la cintura. Un grupo de acaso 20 personas caminando con las manos y los pies, como ranas con la panza arriba, avanzando hasta que el profesor les dice “cambio”. Una señora de unos cincuenta años con riñonera, los labios pintados de rojo y crema blanca en la cara haciendo ejercicios de cintura hacia la derecha y a la izquierda. Dos lolitas de jeans y camperas hasta la rodilla con la cintura ajustada por un cordón y piel en la capucha jugando a hacer brazos en un aparato desisten: -“Vamos a otro”. 3 chicos haciéndose pases con una pelota de fútbol, se les va una vez y una chica que viene corriendo por donde la mayoría corre la para y patea para devolvérselas. –Muy bien! Le dice uno de ellos para recibir el pase. Estoy en el parque que linda con Libertador y Agote y un museo de Bellas Artes y una Facultad de Derecho. Es domingo a la mañana y el día es soleado. A la mitad de un tramo sobre la Av. Figueroa Alcorta se recorta la figura de un chico que viene caminando hacia mí, lleva el saco del traje que viste con la punta de los dedos sobre su hombro, una camisa y sin corbata y las columnas de la Facultad de Derecho cierran el plano. En el aparato para hacer piernas que tiene dos asientos enfrentados me toca con una señora de unos cincuenta años que tiene un conjunto marrón de dry fit y una visera fucsia y me dice: -Querés venir a este que tiene mejor el respaldar? Yo ya termino. Ya me habló pero luego me mira más atenta y me pregunta: -sos Virasoro, vos?

miércoles, 2 de noviembre de 2016

Ellos no lo saben, pero estoy bañada en poesía y los miro.

Me preguntan si estoy preocupada por el trabajo, si tengo novio. Confunden mi peluca punk con un disfraz de gallo. La que se sienta enfrente mío habla desde que empiezan las horas más contadas hasta que terminan. No me habla a mí en general pero en un momento insiste: -“Anoche estuvo bien, Hice milanesas con puré y hubo café.” Atrás mío está el Tano, Escucho que tiene 2 mujeres a la vez, pero no se casa con ninguna. Baja a fumar a eso de las 11 y entonces cuando bajo yo le pregunto si afuera está frío. Una vez le pedimos que nos saque una foto y conseguimos una imagen de sólo los muslos de Karen, movida. Otra vez pasé frente a sus escritorios y Stella le preguntaba a él: -¿Nunca te quiso cambiar? Karen habla siempre de Ana Paula que es su novia, que se pone pesada, que le dice que la extraña, que se gastó $400 en comprar menúes de matambre a la pizza porque una noche le comió una palta y la novia se enojó. Tengo ganas de preguntarle, si las chicas son iguales que los chicos que escuchan sólo su deseo.

domingo, 12 de junio de 2016

Una civilización atrás

Leyó “Nuestro Vietnam”, escrito debajo de una fotografía con los bordes blancos, los colores de la foto eran chillones, la foto fue tomada por sobre la cabeza Cindy, mostraba una mirada con anhelo y tristeza. Cindy fue lo que se dice el amor de su vida. Aquello se había terminado hacía 16 años, luego de haberse ido a vivir juntos a Michigan, por su beca, una convivencia caótica y una separación al son de “pienso que nos quedaban más años por vivir juntos”. Encontró la foto limpiando el ordenador hacía unas horas, la miró durante algunos minutos y cerró la carpeta. Miró por la ventana rectangular de la cocina, los chicos ya se habían ido al colegio. Su esposa los lleva los miércoles. El personal doméstico estaba en otra parte de la casa, de manera que estaba solo. Escuchó al perro del vecino que ladraba sin consuelo, siempre lo hacía a esa hora de la mañana. Empezó a correr por el sendero lateral a la avenida del parque, se juntan siempre muchas hojas sobre los bordes y le diviertía estirar la pierna mientras pasaba corriendo y levantar el hojerío. Dos hombres mayores llevaban orejeras y conversaban sobre una mujer o un trabajo cerca del aparato de los abdominales. Un grupo de chicas corrían de un cono de plástico a otro riendo mientras su instructor las instruía. Más adelante, cuatro chicos hacían pases con una pelota de fútbol. Dos nenas de, aproximadamente, 6 y 8 años, caminaban juntas hacia cruzar la calle, eran hermanas: llevaban el mismo modelo de campera verde, inflada y con las costuras que les marcan rayas horizontales. Una mujer de unos 50 años estaba en el aparato de hacer twist y ejercitar la cintura y tenía los labios pintados de rosa barbie. Un chico subía todo su cuerpo en el aparato de los brazos, en ocho tiempos, 4 veces y hacía fuerza con la cara. Luego elongaba tomándose con los brazos de las orejas del aparato y me daba su culo como única perspectiva posible. La avenida estaba atestada de autos demorados y pensó que algunos debían envidiarle porque eran las 8.00 am, era un día de mayo soleado y él estaba corriendo. Decidió apearme a un grupo de chicos que entrenaban juntos, corrió un tramo del recorrido con ellos, iban algo lento pero seguía siendo una forma de pertenecer. Mientras corría la última cuadra que lo separaba del aparato de brazos pensaba en el amor disputando al tiempo. El amor le hace la guerra al tiempo, pensaba, y cuando le gana, le hace el amor enamorado. Siguió corriendo una vuelta más y a una altura de su giro de cintura para probar otra elasticidad levantó la vista y había un tramo de césped e inmediatamente una bandada de tordos azules que levantaron vuelo. Un hombre de unos 40 tenía una cámara, ya tomó la foto, lo miró y sonrieron.

Realeza

Hoy cuando fui a correr: una calandria real comia un poco más del cabo y el centro de una manzana empezada y abandonada, daba picotazos y vigilaba a los costados, de a movimientos infinitesimales. Un niño se acerca a unos pasos de ese momento y al motor de un dispositivo inflable de propaganda de huertas organicas. Hay un hombre tratando de encenderlo. La madre: -Valen, alejate de ahi. El ave permanece en su tarea. Me puse a hacer flexiones para poder seguir mirando. El cuello y el pico mediano iban de atrás a adelante y a los costados en fracciones de tiempo cada vez más cortas. Una chica desgarbada caminó cerca. Los jeans le colgaban de holgadez en la cola, llevaba un sweater gris 2 talles más grandes, el pelo desgastado en las puntas también era de color gris y unos borceguíes charolados rojos contra el aplomo de su paso desanimado, contra el asfalto húmedo y las hojas amarillas en el piso, contra el frío de la tarde, el cielo nublado y todas tus formas de decirme que no. El ave sigue comiendo y viviendo su instinto, controla su periferia hasta que otro vuelo la desaparece. Del árbol baja una cotorra y de un picotazo se lleva la manzana

martes, 12 de abril de 2016

Congreso

La espera era de un colectivo en una calle angosta del Microcentro, cerca de unos tachos de basura. De la basura descontenida a esa hora. De una resolución rápida de ir a probar un “suchi” a precio módico en un restaurante de comida japonesa con puertas japonesascorredizas, dueños descendientes de japoneses en Congreso. De intercambio de mensajes que decían “qué ganas de un porro”. Un chico y una chica van en el colectivo sentados en un mismo asiento y una amiga más en el asiento de adelante y hablan de un cumpleaños al que van a ir en unas horas y de las horas extras de trabajo y de un supervisor que les cae bastante bien. Pasamos por el Congreso y pienso en Italia, pienso en todos los que están cansados de la ciudad y no ven esa plaza. Pienso en tu pito como neobarroco, de pasado anárquico, mezquino, feroz, maquiavélico. Me acuerdo de que a alguien le contaba la otra vez que cuando era chica y veía un mingitorio y me daba asco, casi tanto como ahora, eso es de “pitos” –pensaba- y me daba asco. Llegar a Congreso a reconocer la calle México. La calle tiene luz cálida y baja. Paso por un conventillo pintado de azul, miro apenas para el zaguán, hay una familia que sale, unas bicis apoyadas, ropa tendida. Huele a porro. Afuera hay una chica que fuma y habla por teléfono. Está sentada en el medio de unos bolsos. Habla tranquila pero dramáticamente. Me detengo porque decido pedirle una seca. No quiero estar tan cerca, me muevo algunos pasos yendo y viniendo. Le pregunto: -Disculpá, no me das una seca? No me mira, hace bien, sigue hablando, porque está diciendo “te quiero”. Decido irme y escucho que me llama: vení, flaca, me convida porro desde un “-Estaba hablando por teléfono, tomá”. El restaurante de “suchi” a precio módico, un restaurante de comida japonesa con puertas japonesascorredizas, dueños descendientes de japoneses en Congreso tiene la luz tenue. Mesas de madera con barniz oscuro, cuadradas, generosas, para 2, para 4, para 6. Algunas sillas son de recicle, con respaldares altos y angostos. Hay una pareja joven comiendo en la barra y se besan con amor. En la mesa justo enfrente mío hay otra pareja de unos 50 años cada uno, él muestra algunas canas, los dos tienen algo de exceso de peso, ella lleva un vestido de algodón con fondo blanco y flores ajustado en la cintura y falda amplia. Están sentados uno enfrente del otro, comienzan a besarse. Ella se para de su silla para llegar mejor al beso y él pregunta: -querés que dejemos la mesa? Los dos se ríen y se quedan a cenar. Las dos escenas me montan a una pregunta clásica: qué pasó con vos que te invité, dijiste que sí y el concierto al que fuimos fue mágico y la manera como yo subía las escaleras rápido y vos contemplabas mi culo fue mágico y no parábamos de ser elocuentes y reírnos y era mágico y salimos y caminamos un poco y yo que fuéramos hasta Jujuy, total era mágico y tuve que llamar por segunda vez y estaba re llena de miedo y me cruzaba con la gente en la calle con el teléfono en la mano e imaginaba que les preguntaba: “no querés llamar vos”? y fue mágico y quedamos en ir al cine un día de estos y no llamaste más? Vuelvo en mí. S. está compenetrada con las inminentes elecciones presidenciales: Yo- Un país no puede ser gobernado como si fuera una empresa. S. -“Lo que un gobierno en 12 años no pudieron hacer? el ex Jefe de Gabinete tiene negocios de tráfico de drogas, Hay un vicepresidente que está procesado en la justicia”, eso no pasa en ningún país del mundo. Yo – Simulo que me acomodo el saco, que la mesa en la que estamos en rectangular y que estamos en una reunión y el devenir japonés es Olivos y le digo: “Qué otra cosa tenés para hoy?” Salimos del lugar contra un cielo nocturno azul marinoeléctrico. Pienso en un cuadro que nunca voy a pintar: se ven tres frentes de edificios, algunos árboles, los postes de alumbrado público encendidos y focalizando la luz, en primer plano algunos rostros de mujeres que se miran entre sí y sonríen, sólo hay mujeres en la escena, es una multitud de mujeres que colma las calles. Se ven los hombros muy cerca, las cabezas de lado, mirando hacia los costados, hay rostros con lágrimas, pañuelos, hay quienes llevan sombrero, algunas están tomadas de las manos o tienen puestos los brazos una sobre las otras como indicaban en el colegio para tomar distancia. La escena se alarga hacia el punto de fuga con muchos más rostros de seriedad augusta, maltrechos, miradas hechas de profundidad, ojos que centellean al llanto. Es un exilio. Se llevan, en busca de amor.

sábado, 5 de octubre de 2013

Granalegría

La niña es muy lista, eso hay que decirlo. Su presencia burla las palabras, pero la hacemos hablar, es nuestro instinto. Está junto al mar y la montaña la acuna también. Quizás sea, incluso, todo lo que nace al verla. Su cercanía viene con la fuerza de las primeras horas de la mañana. Es un hermosismo. Un fruto con todos los colores. Lo visto al final de la calle: el movimiento de las hojas del plátano blandiendo en una pared, entre dos edificios, con el sol rosado de las 7 de la tarde. Y volvemos a hablar por ella, no es nuestra culpa, somos adultos, apenas.

jueves, 3 de octubre de 2013

Eso de hacerse leer uno o vivir la vida dos veces.

Vivo el tiempo de mi vida cuando sueño que escribo. Cuando veo con la sensación de estar viendo yo sola lo que está ahí para todos. Es como vivir en un sueño por unos días. La sensación de vivir escribiendo. Me hago el café con leche y escribo, y hago las compras en el supermercado y escribo. Y salgo al lavadero a ver las plantas y escribo y me inclino, entra las macetas de abajo y las colgantes y escribo. Y paso la mirada por las paredes grises del baño contra los artefactos celestes y escribo, y busco el lápiz labial en el medio del caos cotidiano y escribo y hablo por teléfono con mi papá y me cuenta de la fiesta del club y que apenas pudieron contra el frío y escribo. Y me junto con María y me pregunta por mi casa y y le cuento de la sentencia inapelable del sostenedor de cortina que no aguanta, que se cae, no queda tenso y escribo y le sigo contando de la alienación que me produce una tarea, así de manual como encargarse de que la puerta vuelva a su color natural, que los zócalos se pongan blancos, que la pared quede lisa para ser pintada y escribo. Y pienso, que nada de eso importa, que deberíamos estar hablando de lo que nos separa del mundo, pero no lo digo, y escribo. Propongo volver en bicicleta, yo pedaleando y ella sentada en el asiento, sí, yo el culo al aire, sin apoyarme, le digo y escribo. Y ella me dice que no, que nos vamos a caer.